dimanche, mars 16, 2008

pelusas en la almohada

Que pequeño puede parecer un habitáculo de cuatro paredes para alguien que no ocupa ni la quinta parte dentro de él.
Las cortinas dejan entrar con todo su esplendor el ardiente sol que hoy alumbra la alegría.
De una patada todas las sábanas cayeron al suelo. Con solo las bragas y una camisa tres tallas más grande, se imagina con el más bonito vestido azul marino aterciopelado. Con el pelo lleno de nudos y alborotado se mira en el gran espejo del techo con unos suaves y marcados tirabuzones.
Se arrodilla haciendo equilibrios para levantarse sobre la nube de algodón. Suena la música y se inclina haciéndole una reverencia al gran duque que acaba de hacer acto de presencia. Todo comenzó a dar vueltas al ritmo de las ondas de la mañana. Y el duque engalanado con unos pantalones del mismo color que el vestido de la princesa se unió al paseo en la nube.

Saltaron y bailaron sobre las cuatro patas de la cama hasta que una de ellas cedió. El salón real permaneció inmóvil y en silencio hasta que ella se acostó. Como una niña a la que le acaban de echar la peor bronca de su vida se sentó con las piernas cruzadas.

Volvió a mirarse en el espejo. Pero esta vez sólo veía una cara alargada con unas enormes ojeras.

Se volvió a acurrucar entre las sábanas y se preguntó, una vez más, quién le prepararía el desayuno esta mañana.

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