Plumes du sommeil

Al fondo del pasillo todavía te oye el taconeo de su partida, todavía está el aroma de su perfume en el pasillo, todavía las sábanas siguen calientes del contacto con su piel, el vaho sigue empañando el cristal del baño, todavía se oye el portazo que dio cuando salió esta mañana. Se iba hacia otro mundo, pasó página, cambió de capítulo, acabó uno totalmente distinto y estaba dispuesta y entregada al que hoy empezaba. Y eso la hacía feliz.
Miró por undécima vez los pasajes que llevaba en la mano antes de pagarle al taxista. Cerró la puerta y entró en aquel edificio que tanto había admirado, en el que tanto se había imaginado, en sueños, y en el que tanto había soñado. Hoy era el día. Hoy todo se cumplía. Hoy dejaba atrás a todos aquellos que no creyeron que lo lograría, todo su esfuerzo se veía recompensado, iba a hacer lo que realmente quería, para lo que realmente estaba predestinada.

Dos pasos hacia el frente y entró junto con su maleta. Cerró los ojos, inspiró y siguió. Caminó hacia el mostrador del modo que siempre quiso. A cada paso que daba se sentía liberada y apenada por dejar tanto atrás. Pero ya volvería a recuperarlo, esto era pasajero pero tenía que aprovecharlo como si fuera eterno. En sus manos estaba todo su destino, el que tantas veces había visto titubear, pero que ahora era claro y conciso.

Subió por las escaleras y se fue a la cafetería. Ya había planeado todo en su mente y todo se cumplí, por el simple hecho de que no dependía de nada y de nadie, sólo de ella misma. Y así transcurrieron veinte minutos hasta que subió al avión.

Y se fue

Y fue feliz

Y cumplió su deseo…

Lástima que en ese instante despertara con las sábanas empapadas y se diera cuenta de que estaba en su cama. Como siempre lo había estado. Con sus sueños encogidos en un rincón de su alma.

“Se puede matar al soñador, pero nunca al sueño”
David Albernathy