lundi, juin 23, 2008

Dark butterfly

Amanecía de nuevo y lo único que encontraba al lado opuesto de la cama era el molde de su cuerpo. Aún las sábanas estaban calientes y olían a él.
Hacía mucho tiempo que no había percibido aquel olor. Hacía ya años que se le escapaba entre otros aromas. Aroma de perfumes de rosas, de esencias de azucena, de fragancia a nuez moscada,… Estaba al tanto de las tendencias de la ciudad dependiendo del olor que impregnaba su pelo cada noche.
Pero sólo hoy pudo descubrir su olor, su olor a manzana recién cortada.

Como casi todos los días de este mes se había levantado con ganas de cariño, de que alguien tocara el timbre, la tomara en sus brazos y le hiciera exquisiteces encima de ella, sobre aquella cama recién hecha. Pero era imposible. Ella era mujer de un solo hombre, de ese hombre que era de todas.

En la cocina se conformaba mojando magdalenas en el café para así imaginarse que al igual que aquella bola de harina y azúcar ella ahogaba aquel dolor del pecho que no le dejaba concentrarse en nada. ¡Cuanto deseaba poder disfrutar de un jugoso desayuno en su compañía!, pero ni los domingos podía porque tenía que salir muy temprano para llegar a tiempo de la reunión de la semana, cuyo principal objetivo era poner al tanto de las novedades al director general de la empresa en la que trabajaba todo el día y hasta algunas largas noches.

Se hacía la tonta, pero no lo era. Ella sabía muy bien a los lugares que iba desde la mañana a la noche. Conocía perfectamente la cita que tenía hoy a las 9 con su secretaria en su casa de campo y no precisamente para trabajar sobre el balance que tenían que entregar de aquí a dos semanas. Y no era por chismosa sino que lo notaba, lo veía en sus ojos como escrito en carteles luminosos, lo podía leer sin que hubiera una palabra o letra de por medio. Lo sabía, simplemente.

Siempre había pensado que era feliz así y de hecho lo era, pero de una forma un poco extraña. Ella había cedido. Hace cinco años él le había propuesto dejar todo e irse muy lejos, lejos de su vida pasada que tanto la atormentaba, sabiendo a lo que se arriesgaba. Hoy por hoy estaba sola y la única migaja de amor que quedaba en su vida era aquella manta turquesa que le regaló su madre cuando cumplió los 16 y el dulce recuerdo de un beso tibio que aún conserva en la comisura derecha de sus labios. Fuera no había amor. Ni en el baño, ni en la cocina, ni en el sillón del comedor. Estaba rodeada de frialdad y silencio. Mucho silencio.

Trataba día a día de consolarse con su corgi galés, “Golfi” para los amigos, que permanecía fiel a su paseo diario para ir a comprar el periódico. Tras llegar y darle un ligero vistazo a las primeras páginas se vestía para ir a trabajar de cajera en el supermercado de la esquina. Era su única entrada, con ella podía comer. Pero siempre ahorraba durante todo el año para en diciembre darse el lujo de poder asistir al concierto benéfico que organizaban en el teatro más lujoso de la ciudad. No se permitía ningún capricho, solo ese en todo el año.

Cada día de vuelta a casa se paraba en la gran puerta de madera, justo al lado de la escalinata, y con la mirada perdida imaginaba la que había sido su promesa con la vida, algún día poder salir a escena sobre aquellas tablas y regalarle a cada par de ojos que la observaran una pequeña mueca de felicidad. Pero pasados cinco minutos se pasaba la mano por la mejilla mojada y seguía rumbo a casa, dispuesta y feliz para esperar, con suerte, media tarde.

Se sentaba frente a la ventana y con el calor de Golfi sobre ella veía como se ponía el sol hasta quedarse dormida. Hoy la puerta se abrió a las diez y veinte. Golfi la despertó con un fuerte arañazo en la rodilla pero no le importaba y corrió a hacerse la entretenida ordenando la estantería.

Sin mediar palabra le acarició la cintura y le dio un beso en la mejilla como una pesada obligación. Ya no hacían falta explicaciones, ni palabras de perdón ni ninguna de esas falsedades. Sabía cada cual lo que quería hacer y así lo hacía. Mientras se bañaba recogió la ropa, la dobló y le sirvió la cena.

Comió y se acostó. No se había percatado que ella no había probado bocado desde por la mañana y que su rostro palidecía más y más a cada minuto que pasaba.

Ella en cambio se duchó rápidamente y se acostó junto a su hombro, sin tocarlo, sin molestarlo, simplemente quería verlo y oír su respiración serena. Así su corazón se calmaba y el pecho le dejaba respirar. De esta forma esperaba al día siguiente y cuando el reloj marcaba la media noche le daba en un susurro los buenos días y se quedaba dormida hasta bien entrada la mañana. Nunca había dejado de quererlo aunque no tuviera ni un cachito de su corazón, tenía su molde en la cama cada mañana y con eso se conformaba.

3 commentaires:

Anonyme a dit…

qué rabia, jodido adúltero...

Smilegirl a dit…

jajajaja en realidad no es tan jodido, al menos no es falso y no lo intenta maquillar... hay que verle el lado positivo a todo! :D

no me has contado cómo terminó todo? :S
kiss!

Anonyme a dit…

la pau y eso? pues guay, bastante bien aunque he reclamado por un par de asignaturas, no sé qué estarían pensando los que corrigen, algunos se pasan :P